En un dormitorio de albergue grasiento, una niña pequeña con pelo largo negro y un encaje pequeño en su cabeza arrodillado ante un Papá Noel gigante, dos veces su tamaño. Su pene era monstruoso, tan grande como su cara. Con lágrimas que bajaban sus mejillas, estiraba su lengua corta hasta el límite, tratando de encajar alrededor de la circunferencia imposible. La vista lateral de este espectáculo fue surrealista: su boca abierta, que se extiende más allá de su capacidad, sus pómulos empujaron hacia fuera en una pantalla grotesca pero hermosa. La habitación apestaba a sexo y alcohol, las paredes sucias resonando con los sonidos mojados de su intento de mamada. Cum goteó de su polla como lava fundida, pintando su ropa interior blanca rota y cara con manchas blancas pegajosas.